Este ha sido uno de los grandes éxitos en el teatro de las últimas décadas. El tema de los quinquilleros, su condición social (marginación) y su lenguaje se nos presentan a través de una trama enormemente cómica y profundamente trágica. ¿Es una gran tragicomedia? ¿Es, como pretende el autor, un nuevo tipo de tragedia? Quienes la vieron en escena difícilmente olvidarán la revelación, en ella, de un gran actor, Rafael Álvarez, El Brujo.
Nº de páginas: 187
PVP: 13 € (3ª edición 2012, remaquetada y corregida)
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Críticas y comentarios aparecidos en diciembre de 2008 ante el reestreno de la obra
en el Centro Dramático Nacional (Madrid)
EL MUNDO, diciembre 2008
Javier Villán
El CDN reabre 'La taberna fantástica'
La obra de Sastre se estrena hoy en el Valle Inclán
Han pasado veintitrés años desde que se estrenara en el Círculo de Bellas Artes de Madrid La taberna fantástica de Alfonso Sastre, que el Centro Dramático Nacional estrena hoy en el Valle Inclán. Vuelve a dirigirla Gerardo Malla y el amplio elenco de buscavidas está capitaneado por Antonio de la Torre.
La taberna fantástica es título de fortuna dentro de una creación extensa, sustancial y poco afortunada en los escenarios como la de Alfonso Sastre. Al decir afortunada me refiero naturalmente a las numerosas representaciones que de ella se dieron, pasados los iniciales titubeos superados por la tenacidad y la confianza de Gerardo Malla. De aquella aventura impulsada por Justo Alonso, sombra benéfica siempre en torno a Alfonso Sastre, perviven algunos nombres: el director Gerardo Malla, Carlos Marcet, Saturnino García y Félix Fernández. Al éxito de La taberna... contribuyó la revelación de un cómico, genial con frecuencia cuando logra controlar sus excesos: Rafael Alvarez El Brujo. El barroco histrionismo de El Brujo fue la feliz encarnadura de Rogelio el Rojo, papel en principio destinado a Juan Diego, que lo dejó por imponderables de una farándula aleatoria y cinematográfica. A falta de lo que haga Antonio de la Torre en esta nueva salida, Rogelio el Rojo, estará para siempre unido a Rafael Alvarez.
El triunfo de La taberna fantástica pudo cambiar el irregular e intermitente discurrir del teatro de Sastre en los escenarios españoles. Pero no fue así y las cosas siguieron más o menos igual. “El exiliado de Hondarribia” continuó siendo un autor en cierta medida imposible o, más precisamente, un autor imposibilitado. Nada extraño, pues en la vieja polémica de los años 60 con Antonio Buero Vallejo, Sastre había defendido un teatro imposible y al límite de lo permisible frente a un teatro inteligentemente posibilista y contemporizador. El propio Sastre reconocería más tarde que, a la postre, posibilismo e imposibilismo da igual; el sistema permanece firme e inalterable frente a cualquier agresión escénica: ineficacia e impotencia.
El éxito de La taberna fantástica vino a darle en parte la razón sobre la viabilidad, a largo plazo, del imposibilismo; sólo en parte, pues casi todo el teatro sastriano sigue sin estrenar y, por lo tanto, sin manifestar las verdaderas posibilidades de una dramaturgia colosal. Tan colosal como su obra teórica sobre el realismo, la vanguardia, el drama, la tragedia... El año pasado Pérez de la Fuente estrenó Dónde estás Ulalume, dónde estás; Animalario repuso la versión de Marat-Sade firmada como Salvador Moreno Zarza, y Francisco Vidal se enfrentó al primer texto de la tetralogía Los crímenes extraños, Han matado a Prokopius, producida otra vez por Justo Alonso.
Una quimera. Pese a ello la normalización del teatro de Sastre sigue siendo una quimera tan quimérica como la normalización libre y creadora de la sociedad española. Alfonso Sastre es un marginal más estudiado que representado; lo cual le convierte en la imagen extrema del autor español, una especie inverosímil de creador que sobrevive por encima y al margen de su naturaleza de escritor dramático: olvido o ninguneo.
Al abordar el teatro de Sastre, el CDN optó el año pasado por una versión lejana, la del Marat, y ahora, con Gerardo Malla, por viejos laureles de hace veintitrés años de La taberna, sin arriesgar por textos inéditos más procelosos; por ejemplo, El camarada oscuro, Las crónicas romanas, Los hombres y sus sombras o Demasiado tarde para Filoctetes, por citar sólo algunos títulos clave que indagan en la teoría del Estado policial, la abnegación del héroe oscuro y solitario o las perversiones de la democracia.
Pero si, pese al triunfo, La taberna fantástica no fue la pista de despegue que la dramaturgia de Sastre necesitaba, se reveló en cambio como una de las obras gozne de la vasta producción sastriana; la que articula el enlace entre los dos grandes bloques en que suele dividirse el intenso e inquietante corpus dramático del autor madrileño: el realismo vanguardista o la tragedia pura, y la “tragedia compleja”, máxima aportación ésta de Alfonso Sastre a la teoría y a la praxis del teatro universal. Cronológicamente suele adscribirse La taberna a la tragedia compleja iniciada con La sangre y la ceniza; pero en el fondo, como Asalto nocturno, La taberna es una obra de transición. Superada la tentación de sainete sentimental y de bronco naturalismo barojiano, las peculiaridades del personaje Rogelio el Rojo, de el Carburo y la tropa lumpen de quinquis y buscavidas con fulgor de navajas, retratan el panorama de la tragedia compleja. La taberna no alcanza la hermosa perfección de Ulalume, el terror policíaco de Los hombres y sus sombras o el sueño y desengaño calderonianos de Filoctetes; pero es, por derecho propio, de la familia.
La principal característica de la tragedia compleja es la negación del determinismo trágico en beneficio de una dialéctica de fuerzas sociales. El héroe, como si lo hubieran pasado por el esperpento y los espejos deformantes, es un ser risible y grotesco; a cambio, es dueño de sus actos o, por lo menos, de buena parte de sus actos en un contexto hostil alejado de lo fatal irrevocable. Es un héroe profundamente humano que lucha por su libertad y, dentro de su individualismo diferenciador, por un proyecto de emancipación colectiva. La tragedia compleja incluye ciertas formas de esperanza y viene a suponer, en términos amplios, la superación del drama aristotélico, del teatro documento de Peter Weiss y del didactismo de Brecht.
La importancia del lenguaje. La taberna fantástica, en su tratamiento de la jerga quincallera y de las prevaricaciones del habla popular, supone también una notable aportación a la sociología del lenguaje, a la autonomía verbal como elemento dramático y como transmisión sociopolítica de un grupo. Enlaza con las fuentes del espléndido estudio “Lumpen, marginación y jerigonza”, una de las cumbres ensayísticas sastrianas, y supone una afirmación frente al poder político del lenguaje burgués. En La taberna fantástica todos son antihéroes, pero en la turba de borrachos, navajeros, putas y delincuentes de baja estofa hay un aliento épico que trata de erigirse como contrapoder frente al orden de los picoletos y la justicia consagrada. Corre la sangre en una especie de absurda lucha de clases en el infierno de la marginación; mas no desaparece del todo cierto espíritu solidario de camaradas despreciables y cierta conciencia insurgente y rebelde. ¿Tragedia compleja? Puede que sí, aunque da lo mismo. Lo que importa es que vuelva al escenario y ojalá lo haga con la buena fortuna que tuvo hace veintitrés años.
Javier VILLÁN
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CRÍTICA: TEATRO
La violencia de los pobres
EL PAIS, MIGUEL ÁNGEL VILLENA 12/12/2008
Un barrio de la periferia de Madrid de los años sesenta; unos personajes marginales marcados por la violencia, el alcohol y la pobreza; una mísera taberna como escenario donde transcurre toda la acción; y una dramaturgia que bascula entre un humor negro y casticista y una tragedia inevitable. Con estos mimbres no es de extrañar que Alfonso Sastre no pudiera ver representada La taberna fantástica, una de sus obras más importantes, hasta bien entrados los años ochenta y bien consolidada la democracia. Esta pieza teatral, que debe mucho a las teorías didácticas de Bertolt Brecht -con la aparición incluso de un actor-autor en escena al principio y al final de la obra- y también al esperpento de Valle-Inclán suponía en aquella época una auténtica carga de dinamita para una dictadura que se afanaba en campañas propagandísticas como los 25 años de paz. De paz de los cementerios, aclaraban los opositores.
La taberna fantástica refleja sin concesiones, con un realismo puro y duro, un ambiente donde la violencia de los pobres se palpa desde el arranque hasta que cae el telón. Es una violencia en todos los órdenes, desde ese lenguaje de argot de los suburbios de aquel tiempo, lleno de ofensas, insultos y tacos; hasta la agresión física o la absoluta indiferencia hacia el sufrimiento de los demás. Una violencia que se ejerce contra el prójimo, pero que también se descarga contra uno mismo en una obra donde el alcohol deviene el auténtico protagonista de una España lumpen donde las otras drogas todavía no se habían extendido. Por todo ello, este texto fue considerado un ejemplo de teatro comprometido y social, de alegato en favor de unos personajes que confiesan entre sollozos que sus vidas han sido un calvario o que se desesperan porque nadie les enseñó a leer.
El Centro Dramático Nacional (CDN) ha querido rendir, al incluir La taberna fantástica en su programación, un justo homenaje no sólo a la trayectoria de Alfonso Sastre, sino a toda una generación de dramaturgos que intentaron luchar con su teatro en favor de la libertad, que pretendieron convertir la escena en una trinchera antifranquista. Veintitrés años después de su estreno, con Rafael Álvarez, El Brujo, como actor principal, Gerardo Malla se ha atrevido de nuevo a comprobar si esta pieza ha envejecido con dignidad o, por el contrario, solamente queda, y no es poco, el testimonio de una época. Con una escenografía muy cuidada y una música en vivo o grabada que evoca las canciones de los sesenta, 13 actores ponen en pie este montaje coral. Asistimos a unas actuaciones muy desiguales en las que algunos hacen de borrachos y otros interpretan de verdad a un alcohólico. En un desarrollo dramático que va de menos a más y que emociona al espectador con la tragedia del final y no tanto con los toques de comedia del principio, Gerardo Malla trata de elevar a los personajes a la categoría de caracteres universales y trascender que estamos en una barriada de chabolas del Madrid desarrollista. Pero ni el director ni los actores logran superar el horizonte de aquella España porque La taberna fantástica es, ni más ni menos, que un fiel y crítico retrato de un país que ya no existe.
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LA RAZÓN 12 Diciembre 08 - M. A.
«La taberna fantástica»
Dabuten
Autor: A. Sastre. Dirección: G. Malla. Reparto: C. Marcet, A. de la Torre, E. Benavent, J. Villagrán, F. García Vélez, P. Casares, M. Zúñiga, S. García, C. Bermejo, F. Fernández, F. Portillo, Paco Torres, L. Marín. T. Valle-Inclán. Madrid.
Justicia poética: Alfonso Sastre, estrenado en el Teatro Valle-Inclán, cuando el Gato Negro, el tugurio de techos de zinc donde todo ocurre, bien pudiera ser, en espíritu, la taberna de Pica Lagartos de «Luces de Bohemia». Tal es la estela de un maestro en otro. Conviene dejar claro que «La taberna fantástica» no es sólo un fenómeno popular de los años 80: es un gran texto dramático. Y Gerardo Malla, quién si no él, que ya triunfó con esta obra, sabe extraer allí donde parece que sólo hay dolor marginal, un humor canalla que invita al espectador a reír, sin crueldad, casi con compasión hacia los seres descarriados que pueblan esta jornada de alcohol y bravatas, de trifulcas, de entierros empapados en anís y botellínes. Más auténtica no puede ser esta historia de quincallas y alondras, de garitos del extrarradio madrileño en los años 60. Malla conserva el sabor hiperrealista del montaje original con un decorado corpóreo –clásico sí, se podía hacer de muchas formas y ésta es una– a la orilla de una ciudad que despierta al nuevo milenio y da la espalda a lo que la afea: la escena final es una hermosa metáfora de la destrucción de una época.
Un gran reparto
Esta casta en extinción encuentra voz el trabajo sobresaliente de un reparto compacto y de nivel medio muy por encima de lo habitual. Sigan a Julián Villagrán: su Paco el de la Sangre es muy divertido y está, como el Rogelio de Antonio de la Torre o el Carburo de Felipe García Vélez, ebrio de poesía callejera en cada gesto; Carlos Marcet, veterano en el teatro y en la historia de esta obra, clava a Luis el tabernero, un tipo de vuelta de todo; fenómeno también el Caco de Enric Benavent, borracho corto y tierno; y estremecedor el Badila de Miguel Zúñiga; Paco Casares, como el Autor, recrea con clase un trasunto del propio Sastre... Y así todos. En fin, una obra dabuten.
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ABC, Viernes, 12-12-08 Por JULIO BRAVO
UNA TABERNA LEGENDARIA
MADRID. Hay funciones que todo el mundo conoce aun sin haberlas visto. «La taberna fantástica», de Alfonso Sastre, dirigida en 1985 por Gerardo Malla, es una de ellas. Pertenece a la leyenda de la escena española y por eso Gerardo Vera la recupera ahora, con dirección del propio Malla. Con este estreno se rendirá homenaje a Sastre, un autor, en palabras de Vera, «complicado y conflictivo, pero siempre comprometido con el teatro».
Alfonso Sastre escribió «La taberna fantástica» en 1966, pero hasta 1982 no la sacó a la luz. Se la envió, relata Gerardo Malla, a Adolfo Marsillach, que fue quien se la hizo llegar a quien, finalmente, la puso en pie en 1985, en el Círculo de Bellas Artes. No tuvo demasiado éxito, pero cuando se llevó al ya desaparecido teatro Martín se convirtió en un fenómeno, que se mantuvo tres años en cartel y consagró a su protagonista, Rafael Álvarez El Brujo -el primero en quien pensó Malla para el papel fue en José Luis López Vázquez, pero éste no quiso hacerlo-.
«La taberna fantástica» presenta un mundo de quinquis y marginal en una obra que el propio Sastre define como «humilde, triste y acetilena»; «lo que persiste -dice Malla, que considera que el texto es ya un clásico del teatro español- es que «es una gran obra, de una calidad extraordinaria, y con una gran escritura; por su trama, por la fuerza de sus personajes...» Y, explica el director de la función, poco ha cambiado en la puesta en escena. Ahora hay medios y un nuevo reparto.
Antonio de la Torre encabeza este elenco de «actores no sólo muy buenos, sino también especiales» -en palabras de Gerardo Malla-, que hacen de este montaje, junto a otros factores, una aventura muy gratificante. Cuatro de los intérpretes que participan en esta producción ya estuvieron en el estreno de la obra hace veintitrés años. Carlos Marcet vuelve a encarnar a Luis, el Tabernero; «es quien tiene mayor energía de todos», dice de él De la Torre. «Lo que más le preocupaba cuando le ofrecí volver a interpretar el papel -revela Malla- era saber si podía saltar el mostrador. Carlos es el palo mayor de esta nave». También repiten Saturnino García (Ciriaco) y Francisco Portillo (Guardia Civil). Félix Fernández fue en aquellas legendarias funciones El Caco, y ahora es El Machuna. Junto a ellos se han incorporado al reparto, además de De la Torre, actores como Enric Benavent, Paco Casares y Julián Villagrán.
«Ahora, nuevas generaciones tendrán ocasión de ver un espectáculo que sus padres celebraron -dice Gerardo Malla-. Espero que despierte en ellos el mismo interés».
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TODOS AL TEATRO.COM, Publicado el 14 Diciembre 2008
La Taberna Fantástica” en el Teatro Valle-Inclán
Convertido en todo un clásico gracias al brillante Alfonso Sastre
Somos muchos los madrileños que tenemos muy guardado en el recuerdo un excepcional montaje que en 1985 se hizo de La taberna fantástica, uno de los más emblemáticos textos de Alfonso Sastre, escrito en 1966.
Ahora la obra vuelve a los escenarios bajo la batuta del mismo director, Gerardo Malla, que en esta ocasión la ha puesto en pie con el Centro Dramático Nacional que dirige, el escenógrafo Quim Roy, el vestuarista Pedro Moreno y con música de Miguel Malla. Esta vez, sin embargo, el personaje principal no vuelve a estar interpretado por Rafael Álvarez El Brujo, pero sí hay un reparto de excepción en el que intervienen, entre otros actores, Antonio de la Torre, Saturnino García, Enric Benavent, Carlos Marcet, Celia Bermejo, Paco Casares y Félix Fernández.
“Todos ellos, como los del primer reparto, han sido más frecuentadores de tabernas fantásticas que de pubs o finos salones de té, y han volcado su memoria emocional en la recreación de unos personajes que pedían sobre todo solidaridad, talento y memoria de otra España”, apunta Gerardo Malla. El director del CDN se muestra feliz porque espera que “esta obra de lumpen, marginación y jerigonza -tomando prestado el título de un ensayo de Sastre- despierte en ellos el mismo interés que entonces”.
El autor, por su parte, nos invita a entrar en “esta taberna poblada de fantasmas reales, a escuchar este lenguaje bronco, a presenciar este drama lúgubre que no es una mera ilustración del parentesco estético entre el naturalismo y la vanguardia”.
Sastre define su obra como “un momento más de mi solitaria exploración a la busca de un nuevo drama, la incorporación al teatro de una experiencia inmediata, para lo que hay que torear el toro del naturalismo, cuyas cogidas son mortales: una faena difícil”. La historia es la de las gentes de un barrio marginal. Sastre se inspiró en amigos, algunos de ellos quincalleros, que conoció en el Barrio de San Pascual, la UVA o las cercanías al Barrio de La Concepción donde vivió.
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LA RAZON, 12 Diciembre 08 - Miguel Ayanz
Gerardo Malla dirige de nuevo, esta vez en el Centro Dramático Nacional, el éxito de los 80 sobre quinquilleros y otros marginales
Antes de seguir, para quien no ande muy puesto en el argot marginal de hace unas décadas, un par de aclaraciones léxicas: «Quinqui», de quinquillero o quincalla, suerte de chatarrero y sinónimo por extensión de criminal de baja estofa; «Jundunar», Guardia Civil; «Chaira», navaja. Son sólo algunos de los términos que pueblan el vocabulario de los parroquianos de «La taberna fantástica», el gran éxito comercial de uno de los dramaturgos más importantes, controvertidos y, hoy en día, venerados por la crítica y ninguneados por la taquilla, del teatro español del siglo XX, Alfonso Sastre. De hecho, fue casi su único éxito comercial. Pero menudo éxito: tres años en cartel estuvo esta historia de seres marginales, de navajeros, borrachos y vecinonas, retrato de los barrios pobres del Madrid de los 60, convirtiéndose en referente para varias generaciones desde entonces. La dirigió Gerardo Malla, y encumbró a un actor, Rafael Álvarez «El Brujo», casi desconocido hasta entonces.
Ahora, el Centro Dramático Nacional recupera aquel texto con espíritu de «copia mejorada»: vuelve a dirigir Malla, algunos actores repiten (Carlos Marcet, Saturnino García y Francis Portillo en los mismos papeles, y Félix Fernández en otro diferente) y la estética será fiel al montaje estrenado en 1985. No todo será igual, en cualquier caso. De entrada, el Teatro Valle-Inclán ofrece diferentes posibilidades que el Círculo de Bellas Artes, donde primero se estrenó. «En su día, la obra se montó con una carencia de medios notable, con estrecheces, como hacíamos teatro en aquella época. Además, nadie quería estrenarla, y hubo que hacerlo en el Círculo, que era un teatro que no estaba en los circuitos comerciales. La entrada costaba 500 pesetas, mientras que otros teatros cobraban 1.500», recuerda Malla de aquel primer estreno.
uniendo bandos
Conviene subrayar lo de «primer estreno», porque, como explica el director, «la obra no fue un éxito: fue muy poca gente al Círculo de Bellas Artes». Había contado con un millón de pesetas de subvención del INAEM (Instituo Nacional de las Artes Escénicas y la Música), entonces dirigido por José Manuel Garrido. Tras el fracaso, volvió a aportar otro millón y medio. «Acabamos un domingo en el Círculo y el martes ya estábamos en el San Martín, y la cola daba la vuelta a la esquina. Fue un éxito, para mí, inexplicable», cuenta Malla. Tanto que, hace memoria Gerardo Vera, director del CDN, la obra logró «hacer que se uniera el público de izquierdas y el de derechas». Habla el responsable de la institución de un «reencuentro generacional» y explica que «se trata de la obra que mejor resume el pensamiento teatral de Alfonso Sastre, con mayor exactitud y fortuna. “La taberna” está limpia de maniqueísmos, se reduce a personajes perfectamente reconocibles y creíbles, sin las coletillas que tienen muchos directores ahora, empeñados en meter el mensaje político donde no cabe». Enric Benavent (El Caco), Paco Casares (el Autor), Felipe García Vélez (El Carburo), Antonio de la Torre (Rogelio el Hojalatero) y Julián Villagrán (Paco el de la Sangre) se unen a esta nueva versión. Cuenta el director que «“La taberna fantástica” sigue siendo la misma, no es “La casa de té de la luna de agosto”, pero hay aportaciones. Se las conté a Alfonso Sastre, le dije “me he tomado alguna libertad, maestro”». El autor, octogenario, «muy lúcido, pero con la pierna mala», cuenta Malla, «respondió emocionado “¡eso es perfecto!”».
mirando al futuro
Uno de los cambios es la profundidad panorámica que permite un gran teatro como el Valle-Inclán. «En el montaje antiguo aparecían unas ventanas, un forillo, y nada más. Ahora el entorno cobra mucha importancia: es un barrancal», cuenta el director. «La concepción que he elegido para este montaje es que la taberna es la última que queda de esa época, y le rodea el futuro. En ese sentido sí hay un gran cambio escenográfico», añade Malla, aunque con un matiz: no se ha tocado la época en la que todo sucede: seguimos en un país de pesetas, botellines de Mahou –bueno, eso es sempiterno– y quinquillas. Con matices, como explica Paco Casares, «lo que se ve podría ser nuestra época, porque no hay tanta diferencia». Madrid ha cambiado: ya no se encuentran fácilmente locales patibularios y noctífagos, que diría Umbral; al menos, no en el centro. Pero, aclara Malla, «sin duda existen en Madrid tabernas como la de la obra. Eso tiene que ver con el montaje. Yo soy de Ventas, y conozco mucho las «tabernas fantásticas», como Sastre, aunque la idea de la suya nació en La Concepción. Ahora las tabernas están mucho más allá... Hay que ir a buscarlas a La Celsa, donde Cristo perdió el gorro. Y, por supuesto, en los pueblos y en la periferia sigue habiendo seres locos y fantásticos». El resto es puro Sastre: un texto de rastros valle-inclanescos y un compendio de vocabulario barriobajero. «El texto tiene un estudio en profundidad del lenguaje marginal hecho con valentía y riesgo», cuenta Carlos Marcet, actor que da vida a Luis el Tabernero. Y es que Sastre nunca «achantó la muy». Vaya una ronda de cuartillos a la salud de este oportuno reestreno.