¿Es posible poner a dialogar al 15M con la apuesta materialista que articula la obra de Spinoza? ¿Es posible encontrar en Spinoza materiales para la transformación del mundo? Esas son las apuestas de las que parte el texto.
Un texto que, más que ficción, quisiera ser un laboratorio de sentidos.
Santiago Alba Rico, para Rebelión, 30 noviembre 2012
Juan Pedro García del Campo ha escrito un libro singular que es tres cosas al mismo tiempo. Es un apabullante despliegue de erudición histórica y filosófica en torno al filósofo Baruch de Spinoza, lo que parece ajustarse bastante bien a su condición de profesor de filosofía y al contenido de sus obras precedentes, la última de las cuales se titulaba precisamente Spinoza o la libertad. Es también -en segundo lugar- una contribución al debate sobre las inéditas formas de organización y protesta asociadas a los nuevos modelos de explotación social y a los movimientos multitudinarios (15-M, revoluciones árabes, Occupy Wall Street) nacidos en las costuras reventadas de la crisis capitalista. Y es asimismo -en último término- una obra de ficción, una articuladísima obra de teatro con personajes, acción, suspense, intensidad verbal y un desenlace al mismo tiempo dramático y esperanzador.
Pero no. Al contrario de lo que ocurre con los panes y los peces, en literatura tres cosas son menos que una. Spinoza y la multitud (El resto falta), el libro de García del Campo, es una sola cosa: una brillantísima obra de teatro. Si fuese tres cosas -sueltas, por así decirlo, en una caja- cada una de ellas tendría un efecto limitado y hasta cargante. Su conocimiento minucioso de la obra y la vida de Spinoza interesaría a los spinozistas, pero disuadiría, por ejemplo, a los militantes. Su reflexión polemista sobre los nuevos formatos de protesta, en cambio, movilizaría a los militantes, pero dejaría fuera a los lectores menos especializados, a los más literarios. Lo que distingue a una obra de teatro, a condición de que sea buena, es que interesa a todo el mundo. Si separásemos en rodajas estos tres “modos” (por utilizar terminología spinozista) nos sentiríamos autorizados, por así decirlo, a desinteresarnos del contenido o a rechazar quizás, sin discutirlo, una buena parte de él. Yo, por ejemplo, inscribiría la lectura que hace García del Campo de Spinoza en una determinada tradición materialista que no es la mía; discreparía sobre las virtudes emancipatorias de las “multitudes”, la “potencia” o el “deseo” y me alinearía prejuiciosamente -cerrado en banda- contra las ilusiones de un cambio de paradigma laboral. Así, en cambio, he tenido que tragármelo todo y digerirlo con placer. Si esos tres “modos” no fueran modos, si estuviesen sueltos en la caja, golpeándose unos contra otros, leeríamos ahí sólo una postura ideológica o teórica desde nuestra propia postura ideológica o teórica; leeríamos desde la adhesión o desde el rechazo. Pero como es una buena obra de teatro, todos los lectores por igual estamos de acuerdo sin saberlo, sin decirlo, sin imponérnoslo, en que hay que leer el libro hasta el final.
Cuando terminamos de leer Spinoza y la multitud (El resto falta) es ya demasiado tarde: hemos aprendido mucho más de lo que hubiéramos aceptado en un ensayo y escuchado mucho más de lo que hubiéramos tolerado en una reunión de partido. Quiero decir que si aprendemos muchísimo sobre Spinoza, aunque no nos interese la filosofía, y si de pronto nos importa el debate sobre los nuevos modelos de intervención política, aunque sólo nos interese la filosofía, es gracias a esta comparecencia integrada y articulada -esta trama, digamos en términos clásicos- que García del Campo ha sabido componer. Que lo haya hecho bien es sólo mérito suyo. Que haya escogido precisamente este soporte, el de una obra de ficción y concretamente teatral, revela mucho acerca de los tiempos que vivimos y del propio debate en el que de pronto estamos, queramos o no, promiscuamente comprometidos. El teatro, en efecto, es el género literario más pedagógico y movilizador, también el más próximo y colectivo. Es, de alguna manera, el que más recuerda a una asamblea, con esas tres dimensiones -pública, dramática y democrática- que Spinoza, el 15-M, las revoluciones árabes y todos los comunistas, no obstante nuestras diferencias, identificamos con la acción política: el único medio vivo “para pensar ”, dice uno de los personajes de El resto falta, “las condiciones de una auténtica democracia y de una soberanía común sin renunciar a la potencia individual y colectiva”.
El teatro enreda las cosas. García del Campo se ha enredado; nos ha enredado. Estamos enredados. Por primera vez en décadas, tenemos enredados los pies en la acción. Ya no se trata de una polémica entre especialistas de la filosofía o de la política. Contra Negri o desde Maquiavelo o a favor de Lenin o al lado de Gramsci o de Lukacs. Leer a Spinoza desde una asamblea del 15-M es apasionante, decisivo, comprometedor, porque lo que es apasionante, decisivo, comprometedor, es la asamblea misma. Ahí debemos discutirlo todo; ahí todos debemos discutir.
Spinoza y la multitud (El resto falta) es un brillante dispositivo discursivo -aparato intuitivo- que convierte la discusión misma en acción dramática e intervención política. Después de leer el libro, nuestro desacuerdo ya no es una escuela o una tradición: es también, como una pelota en un campo de juego, un bien común.
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Juan Pedro García del Campo: Spinoza y la multitud. (El resto falta)
por Aurelio Sainz Pezonaga
ARTESHOY, 18 diciembre, 2012
La editorial Hiru acaba de publicar en su colección Skene el último libro de Juan Pedro García del Campo. García del Campo nos ofrece en esta ocasión una obra de teatro acerca de la vida y filosofía de Spinoza, pensador del que es uno de los especialistas españoles más señalado.
La obra fue originalmente realizada como ficción radiofónica para ser emitida en la Radio Nederland Wereldomroep, pero ha acabado por adoptar la forma de obra teatral. Es por tanto una obra dramática realizada por un filósofo que pone en escena la vida y la filosofía de un clásico. Pero no es simplemente una obra que un pensador actual dedica a un maestro cuya época ya ha pasado. Es más bien la apuesta por reactivar una filosofía que tiene que pasar la prueba de la actualidad, que tiene que hacerse verosímil en el contexto creado por los problemas del momento histórico que vivimos.
A Spinoza y la multitud cabe acercarse de diferentes maneras. Nosotros la vamos a abordar desde el punto de vista filosófico. Desde este punto de vista, lo primero que hay que subrayar es que la obra es el resultado de un encargo –contar teatralmente la vida de Spinoza– muy bien realizado. El obstáculo que García del Campo tiene que salvar de entrada es demostrar que es posible contar, desde los parámetros de la filosofía de Spinoza, la historia personal del filósofo Baruch Spinoza. ¿Es posible, desde el spinozismo, contar una historia personal, por ejemplo, la del mismo Spinoza? Es más, ¿es posible explicar históricamente, desde el spinozismo, una filosofía particular como la de Spinoza? Ya que no hablamos de una historia personal cualquiera, sino de la vida de un filósofo, que es como decir una parte fundamental de la vida de una filosofía, su surgimiento. A la que hay que añadir esa otra parte fundamental que es su relación con los problemas que a nosotros nos preocupan.
García del Campo ha demostrado que ambas cosas son posibles y que el resultado es plenamente coherente. Y ¿cómo se hace? Se trata de entender que toda singularidad, la del individuo Spinoza y la de su filosofía en este caso, es una potencia, una acción, una relación, una intervención en un entramado de potencias, acciones e intervenciones. Es una potencia entre potencias. La historia personal de Spinoza es una intervención en una determinada coyuntura histórica. La filosofía de Spinoza es una intervención en una determinada coyuntura filosófico-histórica.
Spinoza y la multitud sitúa al lector en dos momentos históricos y geográficos distintos: las últimas jornadas de la vida de Spinoza en conversación con Lodewijk Meyer, uno de sus principales compañeros de fatigas, y los debates entre dos estudiantes de filosofía en la Barcelona de 2011 conmocionada por el 15M. Analiza así y pone en paralelo el modo en que la filosofía de Spinoza interviene en su época e interviene en la nuestra. Para ello, García del Campo privilegia el marco: intervención de Spinoza / intervención de la filosofía de Spinoza, intervenciones que no ajustan perfectamente, pero que, frotadas la una con la otra, descubren la matriz del problema que está en juego en ambas.
En la Holanda del siglo XVII, ese problema, que Spinoza comparte en general con sus amigos radicales, es el del uso de la razón contra la obediencia religiosa y el uso político de esa obediencia. Ese problema, además, conduce a otro fundamental: el problema de la libertad. Y ambos nos sitúan en el corazón de la batalla filosófica: la relación de Spinoza con el racionalista Descartes. Es el campo de batalla de la autonomía de la razón en el que Spinoza peleará con Descartes y contra Descartes.
La síntesis que hace García del Campo de esta batalla es muy precisa: el arma letal de Spinoza se llama: Deus sive natura. Con ella descalabra la división cartesiana entre las tres sustancias: Dios, materia, pensamiento. E inmediatamente, apunta su consecuencia para la práctica: la ruina del mito de la voluntad libre que la distinción cartesiana justifica: “La libertad no consiste en decidir sin causa, sino en ser nosotros la causa de nuestras acciones” (78). De ahí se sigue, igualmente, la necesidad de conocer esas causas. Y la constatación lógica de que las religiones no enseñan verdad ninguna porque no enseñan ninguna relación causal verdadera. Aunque las religiones, como cosas singulares que son, sí producen efectos. Sobre todo mantienen a la multitud sometida.
El argumento corre como el rayo una vez que hemos encontrado la verdadera definición de libertad: la multitud puede liberarse si busca la libertad sin entregar a otros su potencia, si es causa de sus acciones, si conoce las causas y no se deja someter por la religión, por el uso político de la obediencia religiosa.
Spinoza habla incluso de una religión verdadera. Pero es aquella que se sabe al margen de la verdad y que reconoce que no podemos ser racionales las 24 horas del día. Una religión (una “ideología” diríamos hoy) que dicta normas muy sencillas para la vida en comunidad; una religión que sin ser racional es alegre, es decir, aumenta la potencia, construye multitud libre.
Y una vez que tenemos la revolución spinoziana a la vista, hay que ponerla a prueba en la actualidad. Pasamos de la coyuntura holandesa del XVII a la española del XXI. La filosofía de Spinoza vive –nosotros (me incluyo) así lo hemos sentido con fuerza– en el 15M, en el uso del concepto de multitud, en lo bien que encaja para el movimiento, un uso que Juan Pedro vincula, vía Toni Negri, con los cambios en las forma de producción, pero también con la crítica de la política de la representación.
Con los cambios en la producción capitalista, porque la producción de la riqueza social que expropia el capital no se puede atribuir sino a un tejido social complejo, no totalizable, no reducible a un sector, ni a un momento del ciclo del capital.
Con la no-representación, porque es imposible fingir la presencia de ese tejido social complejo, porque su presencia es su potencia o no es nada, porque no es sustituible por ningún simulacro. Pero, sobre todo, aquí viene Spinoza, porque nunca la sociedad ha sido reducible a unidad como las teorías de la representación proponen. Porque esa reducción no es sino una forma de dominación por la que un ser humano o un grupo de seres humanos actúan en nombre de todos los demás, dejando en consecuencia a todos los demás fuera de esa acción, anulando su capacidad de actuar. Es la forma de dominación que Hobbes justificaba en los tiempos de Spinoza, contra la que Spinoza combatió y contra la que se han levantado las gentes del 15M.
El combate contra la representación en Spinoza parte igualmente de su concepto de libertad. Ser es ser causa y la causa de la sociedad es la capacidad de la multitud para cooperar. El poder de la multitud es su capacidad de cooperar. Ese poder puede ser mínimo, porque en un momento determinado sólo consigue cooperar malamente, sometiéndose por ejemplo a la dictadura de los mercados. Pero ese poder es susceptible de aumentar y la cooperación puede lograr construir una república de los comunes. Sobre esto nadie sabe lo que puede la multitud, sólo podemos saber lo que ha logrado hasta ahora. Respecto al futuro… ya veremos…
En fin, cuestión crucial. ¿Qué es entonces la política? Y es que si cambiamos el significado de un concepto clave como el de libertad, los demás también cambian. ¿Qué es hacer política? ¿La política es la política de la representación? Esta claro que no, esa mal llamada política no es sino una forma de dominación. La política para un spinozista sólo puede ser la búsqueda de libertad, la búsqueda de la libre cooperación, la búsqueda de la libertad en lo cotidiano y en lo común: “buscar complicidades, generar alianzas, buscar siempre propiciar una mayor libertad”, dice García del Campo.
Esta definición de la política es la gran herencia que nos ha dejado Spinoza. Su intervención en su coyuntura y en la nuestra. En ese cruce teórico entre las dos coyunturas encontramos necesariamente desajustes en la obra de Spinoza, pero esos desajustes responden igualmente a nuestra búsqueda de libertad. Una búsqueda que nadie sabe lo que puede y cuyo porvenir está por definición ausente.
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"Diversidad frente al Uno", reseña de Iñaki Urdanibia sobre "Spinoza y la multitud (El resto falta)", obra de Juan Pedro García del Campo (Gara, 20 enero 2013)
Diecisiete personajes dialogan acerca del concepto de multitud destacado por Spinoza; entre quienes deliberan está el mismo filósofo y algunos colegas suyos que intercambias sus ideas, también algunos jóvenes de estos tiempos en que vivimos. La temática política que vertebra esta obra, que fue pensada para una lectura radiofónica, se centra en la expresión paralela de seres de distintas épocas: por una parte, el filósofo y sus epígonos, pertenecientes al XVII, y por otra, gente implicada en las movilizaciones indignadas de la actualidad.
La multitud era reivindicada por el autor de la "Ética" como pluralidad frente a los intentos unificadores de Hobbes y su noción de pueblo(que otorga su representación, vía supuesto pacto, al poder absoluto del monarca) que hacía que lo plural fuese absorbido por el Uno, y por sus supuestas representaciones, mientras que la postura spinozista era mantener las diferencias y singularidades de la población, podríamos decir de la sociedad civil; frente a la visión hobbesiana del hombre –es-un-lobo-para-el-hombre, la óptica de Spinoza se inclina por la ayuda mutua entre los humanos, postura que siglos más tarde voceará Kropotkin. El rescate de tal idea, de multitud, que había pasado desapercibida, o marginada, para los estudiosos fue rescatada por Antonio Negri en sus estudios spinozianos, del mismo modo que por Paolo Virno en su clarificadora "gramática de la multitud".
Juan Pedro García del Campo avisa desde el inicio que no pretende presentar una ficción sino "una laboratorio de sentidos", y por medio de setenta escenas reunidas en tres actos somos paseados por La Haya del XVII asistiendo a las andanzas conspiratorias y los riesgos que asumía el pulidor de lentes y sus colegas debido a su ateísmo, y por la Barcelona de 2011 en donde el filósofo es el centro de interés de unas amigas y del centro social al que acuden; hay otros momentos en que los tiempos se fusionan y vemos a los contertulios departir a pesar de la distancia secular. La división en escenas van jugando el papel de flashes que nos sirven para acercarnos al "judío no judío", al contexto de la época, al tiempo que penetramos en la actualidad de sus posturas de cara a los combates actuales y a la revuelta contra los poderes delegados o supuestamente representativos, auto-proclamados u otras yerbas rizomáticas que hacen que el poder penetre en los niveles más micro y cotidiano . "La multitud puede ser libre si busca la libertad sin entregar a otros su potencia"…Ni en dioses, reyes , ni tribunos…Se entreveran los tiempos y las doctrinas y se nos planta ante un presente en el que el capitalismo no reposa sobre la explotación del proletariado industrial sino que hay un capitalismo cognitivo, de los saberes, que intercambia información y hace circular el saber, lo cual genera un cambio en lo que respecta al sujeto transformador , "el concepto de multitud es el que permite pensar ese nuevo sujeto, ese nuevo agente que ya no es sólo el proletariado clásico aunque lo incluye, , que produce toda la riqueza social que se apropian los que se benefician del orden existente"
Tras asistir al animado intercambio de opiniones que abren diversos caminos al pensamiento de la emancipación innegablemente teñidos de un tono optimista( de la razón y de la voluntad) con respecto al futuro, sin agarrase a esquemas pre-establecidos, personalmente me quedo con el espíritu spinoziano, y animo a los lectores de este certero librito a que también lo hagan: nec ridere, nec iugere neque detestari, sed intelligere…dejémoslo en que ni reir, ni llorar sino comprender.
Ejemplar acercamiento a la cautela, a la alegría de la dulce persona de Spinoza y a su presencia en nuestro hoy, siempre abriendo paso a la ampliación de la potencia en busca de la consecución de una mayor libertad… naturalmente siempre que quien se acerque a la lectura no posea algún catecismo que le otorgue las respuestas a todo lo habido y por haber.