En pocas horas se pueden destruir conquistas de siglos, esos pequeños progresos de la razón de los que hablaba Kant a finales del siglo XVIII. En los últimos cinco años la agresión de EEUU y sus aliados contra hombres, mujeres y niños ha ido acompañada de una agresión aún más grave contra la humanidad: para saquear países y destruir ciudades ha hecho falta mentir públicamente, destruyendo así todo marco de credibilidad; ha hecho falta manosear la democracia, desacreditando irreparablemente el concepto mismo de democracia; ha hecho falta quebrar todas las leyes y todas las formas, suspendiendo así el poder mismo de la ley y de las formas. Lo que EEUU ha bombardeado y sigue bombardeando es la posibilidad misma de un contrato civil entre los hombres, de esa constitución universal, implícita en el uso mismo del lenguaje y en la impersonalidad de las instituciones, que garantizaba el mínimo de seguridad necesario para mantenernos siempre, incluso en situaciones de crisis o de conflicto, por encima de la selva. En este contexto, Palestina e Iraq (y de otra forma también Cuba) constituyen hoy sin duda los focos centrales de la ofensiva contra la posibilidad misma de un contrato civil, ofensiva inseparable de una ignorancia etnocentrista ignominiosa y de esa normalidad nihilista, verdaderamente terrorista en sus efectos, a la que llamamos “civilización occidental”. Lo verdaderamente “nuevo”, inédito, sin precedentes, tras el 11-S es en realidad el retroceso a un mundo más antiguo, muy primitivo, muy bárbaro, una nueva Edad de Piedra con bombas de racimo en la que la guerra y la paz se han vuelto de alguna manera definitivamente indiscernibles.
Nº de páginas: 354
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Comentario sobre la obra
El libro que unió la estética, la ética y la revolución
Pascual Serrano, Rebelión
Hoy podríamos decir que existen tres lugares en el mundo donde el enfrentamiento con la barbarie del gobierno estadounidense es más evidente. Tres puntos del globo terráqueo que son ejemplo de dignidad, lucha y heroísmo. Dos de ellos lo están pagando con sangre derramada cada día y cada hora, un tercero tiene el mérito de llevar casi cincuenta años liderando la defensa de su soberanía y su solidaridad con los países empobrecidos. Esos tres lugares, tres pueblos, son Palestina, Iraq y Cuba, y sobre ellos trata Santiago Alba Rico en su libro Vendrá la realidad y nos encontrará dormidos.
Con esa prosa que tanto le envidiamos muchos, Santiago Alba nos explica no sólo esas luchas, sino la vergüenza de continuar dormidos en nuestras sociedad de celofán y neón sin ver la realidad. Pero es que, además, mientras algunos escribimos a golpe de hemeroteca y bibliografía, Alba escribe de lugares donde ha estado, de personas con nombre y apellidos con las que ha conversado, de tragedias que ha vivido. Y como algunas de ellas he tenido el privilegio de compartirlas con él, admiro aún más su capacidad para encontrar las palabras, las reflexiones y las conclusiones que yo nunca habría podido conseguir.
Los textos recogidos en esta obra logran transmitirnos elementos tan difíciles como la emoción de esas luchas y sus verdaderas causas para despertar la indignación en cualquier persona de buena voluntad. Y es que si tuviéramos que dividir a las personas entre honradas e infames, las primeras serían las que logran indignarse con lo que escribe Alba en esta obra y las segundas los que no se inmutan ante lo leído.
Con este libro es posible entender al combatiente suicida, pues “los cristianos nunca nos mataríamos para matar a otros porque nunca nos mataríamos para salvar a otros”. “Estamos acostumbrados a explotar, utilizar e instrumentalizar el cuerpo de los otros; estamos acostumbrados a lanzar cuerpos ajenos, cargados de munición, contra nuestros enemigos. Eso es lo cristiano: no jugarse jamás el propio pellejo”. Podemos comprobar la contundencia con que Alba responde al premio Nobel húngaro Imré Kertész: “Si Kertész hubiera sobrevivido realmente a Auschwitz, si hubiese sobrevivido, habría vuelto a ponerse su camisa rota, con la estrella amarilla de David en la solapa, y habría bajado a la calle, desde su olímpico balcón, a erguirse, viejo valiente, delante de los tanques que iban a Ramala con la estrella de David estampada bajo el cañón”. O como abraza a Edward Said y su mensaje: “Si no se podía ser más fuerte que ellos, había que ser más justos, más inteligentes, hacer sonar más alto las verdades que sus mentiras”.
Santiago Alba nos explica desde su experiencia en Túnez cómo es el mundo musulmán, ese al que tanto tememos: “Mohammed está tan loco que un día recogió a mi hija, que se había caído de la bicicleta, y le dio un caramelo. Seguro que está pensando en lanzar un avión de pasajeros contra la Torre Eiffel”.
El capítulo “Iraq, un cuento de niños” es estremecedor. Ahí nos escribe sobre los niños iraquíes y su diferencia con los nuestros, la diferencia “entre comer bollicaos y margarina y recibir bombas y respirar uranio empobrecido”. De esas madres en el hospital infantil de Bagdad: “En cada habitación hay seis camas y en cada cama hay –no un niño, no- una mujer velada, sentada, erguida, grande, y cada mujer velada sostiene en su regazo a un niño enfermo. Ellas son las camas de sus hijos”. Quien no se emocione con ese capítulo no debería tener derecho a considerarse humano.
Alba nos explica también ese mundo, esa realidad que vendrá y nos encontrará dormidos: “La ‘guerra global’ permite borrar toda distinción: la distinción entre rebeldes y terroristas, entre disidentes y criminales, la distinción entre legalidad y legitimidad, entre seguridad y libertad, entre guerra y paz, entre civiles y militares, entre seguridad interior y exterior, etc. Pero resulta que esta flotación, esta indistinción de las categorías jurídicas es precisamente lo que hasta el siglo XX se llamaba ‘barbarie’ y desde entonces se llama ‘totalitarismo’”.
Y, mientras todo eso sucede, “mientras nosotros nos distraemos viendo por la televisión como EEUU bombardea Iraq, mata a sus niños y se apodera de su petróleo, EEUU aprovecha para bombardear Iraq, matar a sus niños y apoderarse de su petróleo. ¿O es quizás al revés? Mientras EEUU bombardea Iraq, mata a sus niños y se apodera de su petróleo, nosotros nos distraemos viendo por la televisión como EEUU bombardea Iraq, mata a sus niños y se apodera de su petróleo”.
Santiago Alba hace el diagnóstico preciso de nuestras opulentas sociedades: “Simplifiquemos las altísimas aspiraciones de la Civilización: queremos más agua, más luz, más petróleo, más carne, más coches, más móviles, más televisores y queremos, además, tener razón, ser más buenos, más justos, dar lecciones, concentrar una moral superior. Para tener más agua, más luz, más carne, más petróleo, tenemos que bombardear ciudades, ocupar países, sostener dictadores, serrar cotidianamente, minuciosamente, los grandes mandamientos que nos hemos dado; para tener más razón, para ser más buenos, más justos, para dar lecciones y seguir concentrando una moral superior tenemos que engañarnos.”
Por eso es importante destacar la diferencia entre el mundo rico capitalista y Cuba. La diferencia entre el que “en un lado bombardea países, derrite alegremente los cascos polares y confunde Faluya con un Parque Temático y en el otro salva niños, cura extranjeros y confunde los propios sufrimientos con los de los otros pueblos de la tierra”. El autor nos explica con impresionante clarividencia los tres motivos para atacar a Cuba: la ignorancia, la cobardía y el interés. No los voy a reproducir, hay que leerlos en este libro. Ni tampoco los tres problemas que, según el autor, Cuba comparte con EEUU o España, o cualquier otro representante del capitalismo: la desprofesionalización del trabajo, la vivienda y la corrupción.
Este libro no es sólo ese que a uno le gustaría que leyeran sus amigos, sino el que quisiera poder obligar a leer a sus enemigos, para así saber si después de haberlo hecho logran entender algo de lo que pasa en el mundo o, definitivamente, uno debe seguir considerándolos odiosos.