Una de las enseñanzas ideológicas más persistentes en los Estados Unidos es que nuestra sociedad está especialmente libre de enseñanzas ideológicas. La ideología es algo importado de tierras extrañas o que han introducido en nuestros hogares grupos supuestamente siniestros, como la “ideología comunista”. Sin embargo a los americanos se nos adoctrina sobre ciertos preceptos, como el patriotismo, el hombre rico hecho a sí mismo y la viabilidad rentable del mercado libre. También recibimos nociones sobre raza, clase y relaciones de género y sobre la distribución democrática del poder en nuestra sociedad pluralista. Mi opinión es que la mayoría de estas creencias son en sí mismas ideológicas. Sin embargo circulan ampliamente, permanecen libres de cualquier examen crítico y se considera que representan el orden natural de las cosas.
La cultura es cualquier cosa menos neutral. Es algo más que nuestra herencia común, que el aglutinador social de nuestra sociedad. El pensador político del siglo XVIII, Edmund Burke, se refería a ella como el vínculo imponderable de consenso que mantiene unida a la sociedad. Pero la cultura además de ser un campo de consenso también lo es de conflicto. Mientras que algunos de sus atributos los comparten prácticamente todos los miembros de la sociedad, en otros no ocurre así. Muchas costumbres operan en beneficio de algunas personas en particular y en perjuicio de otras. En otras palabras, la cultura frecuentemente es algo que envuelve privilegios y desigualdades.
Nº de páginas: 174
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Comentario sobre la obra
Saneando ideas
Esther Zorrozua
La obra de M.Parenti (Nueva York, 1933), historiador e intelectual marxista, se ha centrado desde sus inicios en la historia de las clases populares y en la crítica de los mass media, intentando ofrecer una visión alternativa a la historia escrita por la clase dominante, que casi siempre lo hace desde una óptica conservadora, y que a menudo se refiere a esas clases populares como “chusma de vagos” o “masa insensible”. En esta línea, Parenti ha publicado más de veinte obras con títulos como El asesinato de Julio César, La Historia como misterio o Más patriotas que nadie, entre otros.
En La lucha de la cultura repite tema desde otro ángulo. Partiendo de la contradicción básica de que una de las enseñanzas ideológicas más incisivas en los EEUU es que la sociedad americana está especialmente libre de enseñanzas ideológicas, Parenti va desmontando la gran mentira y demostrando con técnicas de entomólogo y resultados tan concluyentes como diáfanos, que los americanos son adoctrinados de forma sistemática sobre raza, clase, relaciones de género, distribución democrática del poder en la sociedad, patriotismo, hombre rico hecho a sí mismo o viabilidad rentable del mercado libre. Así, se crea una ideología desde el poder, pero con aspecto de estar respetando el orden natural de las cosas. Esta forma de pensamiento se va imbricando en la sociedad civil de forma invasiva y letal, aunque no siempre de manera tan homogénea como le gustaría al sistema, hasta que llega un momento en que la cultura se enfrenta al poder, entendiendo el término cultura, siempre según Parenti, como el panorama completo de las creencias y prácticas convencionales dentro de cualquier sociedad. Porque hay un límite para las falsedades que la gente tiene que tragar y, frente a toda la manipulación ideológica monopolista, muchos individuos desarrollan un escepticismo o una desafección total, basada en la creciente disparidad entre realidad social e ideología oficial.
Por otra parte, la cultura nunca es neutral y lo que se llama cultura común no es más que la transmisión selectiva de los valores de la élite dominante. Por eso mismo, la cultura es algo cambiante y en evolución, y una de las mayores fuerzas que conforman su desarrollo es el poder de los intereses, que a veces hace alguna concesión marginal y limitada para seguir controlando a la sociedad. Parenti documenta estas aseveraciones con ejemplos tomados de distintas épocas y de distintos ámbitos para demostrar que las creencias culturales no existen en un vacío social y que el comportamiento humano es generalmente práctico, dirigido hacia las necesidades materiales; aunque, como observó William James, la costumbre puede operar como un sedante, mientras que lo novedoso (incluida la disidencia) se rechaza como irritante. Advierte, asimismo, de las distintas clases de manipulaciones a las que se ve sometida la cultura como objeto de comercio masivo y de cómo la psiquiatría es utilizada como arma de control.
Efectúa también un análisis comparativo de diferentes culturas y de algunos mitos racistas, para acabar con una proyección de futuro que deja cierto margen a la esperanza, ya que la socialización dentro de la cultura convencional no opera con un efecto perfecto: todas las sociedades de cualquier clase y complejidad tienen sus disidentes y críticos, o al menos sus escépticos tranquilos y sus no creyentes. Cumple sobradamente con lo anunciado en la introducción, en cuanto que no pretende construir una teoría rigurosa y compleja, sino presentar una serie de comentarios discursivos enlazados con asuntos que subyacen en la sociedad y llenos de ejemplos ilustrativos, para que los lectores piensen sobre cosas que han estado indebidamente oscurecidas o son tan obvias que pueden pasarse fácilmente por alto.