Nº de páginas: 228
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Comentario sobre la obra
"El instinto de Plateia" de Alfredo Correia
El mosaico humano
Se atribuye a Einstein la afirmación de que quien no es capaz de hacer entender su idea más profunda a un niño de ocho años es un charlatán. Terrible afirmación que espero, por la cuenta que me trae, sea apócrifa. Bien, pues conozco a un hombre que no debe temer la veracidad de esa cita: el psiquiatra brasileño Alfredo Correia.
El lenguaje claro puede interpretarse como el producto de una mente clara o, como nos gusta pensar al gremio de los abstrusos, efecto de la más higiénica ausencia de ideas. Entiéndase, de ideas no tópicas o de relaciones desacostumbradas. Creo que la mayor parte de las veces es así y la idea más clara es la idea más cómoda, esto es, la no idea, también llamada bobada. Pero no puede negarse la existencia de textos en que la claridad convive milagrosamente con la inteligencia. No es una afirmación galaica o, si lo es, ésta se puede disfrutar con los ojos del cuerpo. Basta con acercarse a El instinto de platea en la sociedad del espectáculo del autor citado.
He hablado de inteligencia, un sustantivo demasiado caro para regalarlo sin más explicaciones. Me explicaré, pues. La inteligencia de Correia procede de tres fuentes. Una larga práctica profesional, que proporciona a su pensamiento seguridad y consistencia. Su apego a la práctica escénica y al psicodrama, que le dotan de agudeza e intuición. Por último, una larga experiencia vital. Y en este caso el último lugar no implica consolación o mérito menor sino culminación hermosa de un acogedor edificio. Vivimos los tiempos de la apología infinita del mentecato con aspecto juvenil y sus emanaciones de cualquier orden. Es preciso recordar, por consiguiente, que si escuchar o leer al inteligente es un placer, escuchar o leer al inteligente vivido es un lujo. En el caso de Correia, su larga y rica peripecia personal (en la que no vamos a olvidar su presidencia de la Federación brasileña de Pelota Vasca) le han proporcionado la audacia fundada ("con fundamento", que dicen nuestros mayores) en la elección de los temas y su interrelación, saltando con naturalidad de uno a otro modelo y de una a otra área del saber o la experiencia.
Esta es la inteligencia que aplica Correia a un tema clásico como es la invención del ser humano (y de cada ser humano) a partir del otro. El encuentro con el prójimo da lugar al aprendizaje y la educación, a la imitación y, en fin, al intercambio comunicacional. Tal es la alquimia con la que se destila la mente y la conducta humanas.
El instinto de platea no es una teoría nueva. Es una forma inusitadamente refrescante de ver nuestra personalidad, nuestro comportamiento y la forma como nos relacionamos con los demás y con el entorno en general. Mas con ser esto importante no es, a mi modo de ver, lo más importante. Lo que explica Correia con su teoría del instinto de platea es el modo como se constituye nuestro ser. En pocas palabras: bajo el influjo de la mirada de los demás y ejerciendo alguna de las diferentes conductas de grada posibles frente a la representación de quien en cada momento ocupe el escenario ante nosotros.
Asegura Correia la comprensibilidad de sus ideas recurriendo a conceptos vulgarizados por el conductismo: el aplauso como refuerzo positivo, el aplauso contradictorio generador de confusión o la crítica (el abucheo) como motivador de conducta evitadora. Sin embargo, estos conceptos conviven con otros igualmente asumidos por el lenguaje cotidiano como son los procedentes de la teoría de la comunicación, de la biología, de la etología o de la psicodinámica. Todo ello aderezado con referencias a las religiones, la literatura o la filosofía. Lo que nos sitúa ante un autor en los antípodas del pensamiento esterilizado (otros le llaman especializado), un fabricante de mosaicos (ecléctico, que dicen los mismos otros) competente. Es decir, un prolijo artesano capaz de describir un paisaje al que no le faltan piezas. Quién no recuerda el placer del rompecabezas completado.
Aprovecharé esta momentánea nostalgia para enunciar uno de los aspectos del efecto rompecabezas completo: la sensación instantánea de que en el fondo se sabía que no podía ser de otro modo. Ya hemos comentado la claridad del texto. Diremos ahora de qué claridad hablamos. Existe aquella que hace inteligible el asunto que trata y existe aquella otra que lo hace diáfano. La primera nos ayuda a comprender, mientras la segunda nos descubre que ya lo sabíamos. La lectura de El instinto de platea es un ejemplo del efecto rompecabezas completo y a la satisfacción de conocer suma el raro placer de descubrir que se sabía. Una de las formas más estimulantes de autoconocimiento, si es que eso todavía resulta de interés para alguien.
Jesús Biurrun