Los 5, 6 y 7 de febrero de 2000, la población de la ciudad de El Ejido en Andalucía efectúa un verdadero progrom contra la comunidad inmigrante: caza del extranjero provocando unos sesenta heridos, destrucción de viviendas y locales, asociaciones cívicas atacadas. La policía tarda en reaccionar, lo hace solamente al final para evitar muertes que hubiesen provocado un escándalo. Las reacciones en Europa no tuvieron la importancia del grito de alarma suscitado, un poco antes, por la llegada al poder de un partido de extrema derecha en Austria.
Ninguna detención, ninguna excusa. Ningún abogado de la provincia ha querido defender a las víctimas. Es la omerta.
Estos disturbios racistas se han producido en una zona de agricultura hiperintensiva que ha transformado lo que era un lugar semi-desértico en primer centro europeo de exportación de productos tempranos. Las necesidades de mano de obra son enormes. Alrededor de El Ejido, unas 30.000 Ha. De invernaderos, ¡en la ciudad, 49 entidades bancarias y una sola librería! Los adeptos del neoliberalismo consideran El Ejido como un milagro económico.
La política de cierre de fronteras de la Unión Europea y la obligación para la mayoría de los extranjeros fuera de la Fortaleza Europa de obtener un visado ha hecho explotar el jugoso mercado de la inmigración clandestina.
Este es el precio que pagamos por comer pimientos en febrero.
Una comisión internacional de observadores ha ido sobre el terreno para intentar elucidar las inquietantes sinergias que han conducido a esta explosión de odio.
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