Como se decía de Denis Diderot, sus cuentos no son lo más destacado –no digo que no sea muy destacable, que lo es– de su producción escrita; y la cita a Diderot no tiene por qué resultar enfática, al menos por dos razones: la de ser Eva Forest una escritora ilustrada, pero, sobre todo, la de que el gran escritor francés publicó, acompañado de otros relatos, un cuento titulado así precisamente: Ceci n’est pas un conte, título que figura en el origen del título del presente libro, el cual empezó por ser una serie de cuentos que apareció en las páginas de la revista vasca Punto y Hora, bajo esta rúbrica exactamente: Es y no es un cuento. Eva tuvo en cuenta la existencia del libro de Diderot, y tomó prestada la idea en homenaje al gran ilustrado francés, cuyo pensamiento tantas veces apareció acompañando a temas de ficción literaria.
Otras obras de Eva Forest son además literatura –e incluso excelente literatura–; pero estos “cuentos que no son cuentos” son, sobre todo, en primer término ficciones literarias, y además crítica y pensamiento. Ella tomó sus materiales de la realidad social y política de aquel momento, pero no se resignó a presentarlos sin revelar al menos algo de la verdad que en ellos había sospechado y descubría sobre todo en el trance de la misma escritura.
En los cuentos, aparecidos –casi todos– en Punto y Hora en 1985, aparecerán temas como las torturas, el asesinato siniestro de Zabalza y los atentados del GAL, organizados y visados desde el Estado, con resultados también de muerte, y otros que corresponde a los lectores localizar y descubrir, en un juego que la literatura siempre hace a favor de la memoria histórica, siendo en este aspecto la actividad literaria –tanto la escritura como la lectura– una lucha permanente contra el Olvido.
Nº de páginas: 130
PVP: 12 ¬
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Comentarios sobre la obra
Otra irrealidad
Esther Zorrozua
Febrero es un mes corto, frío y antipático, lo más crudo del invierno. Entre febrero del 56 y febrero del 57 ocurren en Madrid una serie de acontecimientos irreales que no pueden contemplarse más que desde la extrañeza y es justo ahí donde Eva Forest coloca el foco de su lucidez para mostrarnos la historia de una muda de piel, la toma de conciencia de un personaje, un médico recién estrenado, que hasta entonces había contemporizado con su entorno sin llegar a sentir la necesidad de un compromiso mayor.
El franquismo se halla ya muy bien asentado, con todos sus tentáculos extendidos, de manera que el simple hecho de respirar se ha convertido ya en una quimera. El título de Febrero sintetiza bien esa sensación, ese ambiente. El detonante que hace estallar el descontento es el encuentro ¿fortuito? de dos manifestaciones, la de los universitarios que exigen un sindicato de estudiantes libre y la de un grupo de falangistas que vuelven de homenajear, como cada año, a Matías Montero, uno de sus miembros abatido en la calle antes de la guerra civil. Es febrero del 56. Los estudiantes van desarmados, pero un tiro ¿accidental? surgido no se sabe de dónde hiere a un falangista y sirve de excusa perfecta a una cadena de detenciones entre los estudiantes. La crónica de estos sucesos abarca un jueves y un viernes, tiempo en que el protagonista analiza los hechos y se analiza a sí mismo desde una extrañeza tal que lo lleva a identificarse con el Gregorio Samsa de la Metamorfosis de Kafka.
La segunda parte se inicia con una huelga de transporte. También es febrero, del 57, y abarca un sábado y un domingo. El protagonista y sus amigos hace dos meses que están en la cárcel, donde conocen a una serie de presos singulares. Son presos políticos que comparten pabellón con los psiquiátricos, pero están separados de los comunes. El colmo de la extrañeza es que no se advierte gran diferencia de ambiente entre la vida en libertad y la carcelaria y el colmo de la habilidad narrativa de Eva Forest consiste en que logra transmitirnos esa terrible realidad sin nombrarla: sólo mostrándola.
Resulta admirable que en poco más de cien páginas la autora haya conseguido comprimir sin forzar un análisis sociológico y psicológico de tales dimensiones. De hecho, muestra la vida cotidiana del pueblo mediante lo que Alfonso Sastre denomina “costumbrismo elaborado” a base de una galería de personajes que pasan ante nuestros ojos como esbozos bien definidos con unos pocos rasgos, los imprescindibles y necesarios para empatizar con ellos. En ese mismo marco se va construyendo la nueva personalidad de Pepe, el protagonista cuyo nombre hay que buscar con lupa porque en realidad da igual como se llame, porque representa a muchos. Ese Pepe que va mudando de piel a medida que se suceden los acontecimientos, trata de escurrir el bulto al principio sin querer dar crédito a lo que ve, luego se pregunta si es cobarde, más tarde siente miedo, pánico, hasta paranoia; después tiene que morderse la lengua muchas veces para no protestar en voz alta por todo lo intolerable que ocurre a su alrededor, asegura que los intelectuales no tienen perdón por no actuar y, finalmente, recurre a la escritura como instrumento de liberación y denuncia.
Es una forma útil de dejar constancia, aunque no desde el fanatismo, sino desde la visión serena del notario, y siempre desde la extrañeza de quien contempla esa realidad tan irreal que no es ni siquiera pensable, pero sabiendo que nada es para siempre. Febrero está fechada en 1958 y ya entonces terminaba Eva Forest su historia en positivo, con un grito de esperanza para salvar aquel país.