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COLECCIÓN FICCIONES

29

"Cuaderno de enero"

Mohammad Jidayr

Traducción del árabe iraquí:
Santiago Alba Rico


Mohammad Jidayr nació en el año 1942 en Basora (Iraq), donde terminó sus estudios de primaria y secundaria. Estudió también Magisterio y viene desempeñando su función como maestro hasta la actualidad en la misma ciudad de nacimiento. Es uno de los narradores iraquíes más destacados en este momento. Su cuento titulado El Columpio, que publicó en la revista libanesa al-Adaab, le dio a conocer en el resto del mundo árabe. Ha publicado Al-Mamlaka al-sawda’ (El Reino negro) en 1972, Fi daraya 45 mi’awi (A 45 grados centígrados) en 1978, Basriyatha-sura madina (Basora-la imagen de una ciudad) en 1993, Ru’ya jarif (Visión de otoño) en 1995 y Al-Hikaya al-yadida (El nuevo relato) en 1995.

Conocí a Mohammad Jidayr en abril de 2002, cuando las amenazas de una segunda agresión de los EEUU sobre Iraq ya no dejaban lugar a dudas. Yo me había unido a un grupo internacionalista de solidarios con la intención de ofrecer nuestra editorial para la traducción y publicación de libros iraquíes y colaborar con ello, modestamente, a la ruptura del total y feroz bloqueo que este pueblo venía padeciendo desde hacía más de una década. En Bagdad, una amiga conocedora de los medios intelectuales, me recomendó encarecidamente a este escritor. “Es una de las figuras más relevantes de nuestra literatura”. Y me habló con pasión de sus cuentos, de la fuerza dramática con la que recogía escenas de la vida iraquí, de la brillantez de sus descripciones, de lo conmovedores que eran sus personajes, con los que uno se identificaba inmediatamente, de su gran humanidad.
No lo dudé ni un momento. Le llamé y convinimos una cita para dos días después. El encuentro fue en un hotel de Basora y aunque duró poco, y por mor del idioma nos entendíamos con dificultad, llegamos al acuerdo de que publicaríamos Cuaderno de enero, un libro que él estimaba en gran manera, un libro bellísimo en el que se recogen unos momentos muy graves de la historia de la humanidad: aquellos que se refieren a la guerra del Golfo que tantos llevamos gravada en la memoria, pasados por el filtro poético de Goya, de Picasso, de Moore.
Han pasado casi tres años desde entonces. Un poco tarde le llegará esta traducción, si es que le llega. Si es así, quiero que sepa que no he olvidado su amable y cordial invitación para visitar su querido país de marismas y juncos, ni la promesa que le hice de aceptarla en el próximo viaje. Que he pensado muchas veces en ello. Que después, sabiendo de la barbarie de los invasores, muchas noches no he podido dormir envuelta en pesadillas y que me hubiera gustado decirle hasta qué punto estamos empezando a querer a su pueblo y que somos mucho los que admiramos su dignidad, los que nos sentimos solidarios con su resistencia. Decirle, en fin, que un día iremos a Basora a darles las gracias.

Eva Forest

Nº de páginas: 100
PVP:  11  ¬

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Comentarios sobre la obra

GOYA VISITA IRAQ (Y LE PARECE QUE YA HA ESTADO ANTES)

(Reseña del libro "Cuaderno de Enero" de Mohammad Jidayr, Ed. Hiru, Hondarribia, 2005. Traducción de Santiago Alba Rico)

Santiago Alba Rico

A veces hay que agacharse para encontrar un libro o incluso leerlo agachados, por debajo de la línea de tiro de los periódicos, emboscados para recoger todas esas verdades que circulan semiclandestinas muy cerca del suelo (o esas botellas de náufrago que flotan entre las olas). En estos días la editorial Hiru de Hondarribia, especialista en literaturas perdidas, asilo de rebeldes mayores y menores, publica Cuaderno de enero, del escritor iraquí Mohammad Jidayr, en una edición cuyo carácter solidario requiere pocas explicaciones (y en la que lo acompaña Funeral de disfraces, volumen de relatos del también iraquí Abdul Sattar Al-Maidani, traducido por Ignacio Gutiérrez de Terán, uno de los más brillantes y sólidos arabistas españoles). A alguien podría parecerle inmodesto reseñar un libro que ha traducido el autor de estas líneas, pero hay ocasiones en que uno debe renunciar a una virtud pequeña para iluminar una virtud mayor. Mohammad Jidayr, maestro de 62 años obstinadamente enraizado en su Basora natal y uno de los más grandes escritores de Iraq, enseña que se puede escribir a la luz de los incendios y en medio de la obscuridad inducida de los aviones de guerra; y enseña que escribir en esas condiciones no es sólo excavar una brecha donde sublimar y olvidar, volcado sobre uno mismo, el horror cotidiano; la escritura individual constituye, entre los escombros, el medio legítimo, el gesto necesario, de la memoria colectiva.

En enero del 2001, después de que el bloqueo estadounidense hubiese restado ya un millón de vivos, Jidayr recuerda ese otro enero de diez años antes que hoy continua, si cabe, a mayor escala: los bombardeos, las casas por el aire, los miembros sin nombre, el uranio serpenteando entre los cuerpos, la ciudad sin luz, la posibilidad misma -en este pañuelo de mundo- de la destrucción total. Pero Jidayr no escribe una protesta ni un lamento ni una denuncia, en la prosa directa de los testigos y de las víctimas, sino que reconstruye literariamente el horror para ofrecer al lector esa segunda mirada en la que -como los posos del café en el fondo de la taza- se deposita el destino de las cosas. El cuaderno en el que en enero de 1991 va fijando, dibujo a dibujo, las escenas del desastre y sus prolongaciones imaginarias, sirve a Jidayr, diez años después, para traducir a la palabra un mundo que ha mezclado los pies con las cabezas, monstruoso, alucinante, premeditadamente goyesco; esa fantasía materializada de los "horrores de la guerra", en medio de los cuales -sin embargo- los vivos siguen oponiendo al fuego de las bombas el fuego domesticado, protector, de la cultura, como en esos banquetes nocturnos en la plaza de Dat-al-Asafi, donde los pucheros siempre encendidos atraen de nuevo a la civilización, noche tras noche, a los habitantes hambrientos y ateridos de Basora. En una lengua riquísima y a veces endiabladamente polisémica -o polípera, como los tentáculos que describe-, fiel a ese tradición árabe en la que la alegoría derrota a la metáfora, Jidayr compone una especie de haiku expandido que funde en un horizonte poético los géneros más variados y dispares: autobiografía, ensayo, relato. En este marco, la referencia goyesca antes señalada no sólo deriva de la cita del encabezamiento: "cuando la razón duerme, se despiertan los monstruos". Extraordinariamente familiarizado con la pintura europea, Mohammad Jidayr convierte a Goya -junto a Picasso y Henry Moore- en testigo solidario de la universalidad de su visión y en personaje sin edad de la ciudad destruida bajo la colina del Murciélago, poblada ahora de calaveras. Goya, por así decirlo, viaja a Basora y lo que ve le resulta dramáticamente familiar.

En estos días en que nos hemos escandalizado en una punzada por la ejecución de un herido desarmado en Faluya, legitimando así la situación criminal que hace posible esos "excesos aislados" (aceptando, pues, como "normales" los bombardeos de civiles, los asedios medievales y la ocupación por las armas de una nación soberana), es más necesario que nunca escuchar la voz de este gran escritor iraquí que, desde las orillas de Shat-al-Arab, explora los caminos de la literatura para recordarnos y defender "el derecho a un reparto equitativo de las riquezas del mundo, sin olvidar el derecho a una vida sencilla, estable y segura para todos los herederos vivos del planeta: hombres, peces, pájaros, insectos y serpientes. El derecho a conocer y a fantasear, a viajar y a cantar bajo la luz de la luna. El derecho a hablar, escribir y construir ciudades. El derecho a la concordia, la camaradería y la solidaridad. El derecho a fundirse con los elementos naturales y a tocar sus substancias". La voz de Mohammad Hidayr, no lo olvidemos, no sólo nos llega muy bajita abriéndose paso entre el trompeteo de la propaganda: su voz, como la de millones de iraquíes, está literalmente amenazada de muerte.

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El espíritu asediado, la belleza violada y la conciencia herida. 

Mohammad JIDAYR, “Cuaderno de enero” 

Hace más de 5000 años, entre los ríos Tigris y Eufrates se había acunado una de las mayores civilizaciones de la Historia. Todavía hoy, al sur de Bagdad, se hallan los restos de Ur, asentamiento religioso de la civilización sumeria al comienzo de la línea de dinastías que gobernaron Mesopotamia hacia el 4000 a.C. Sobre tablillas de barro cocido y mediante un sistema de signos cuneiformes, se escribieron los primeros poemas, incluyendo “Gilgamesh”, un canto épico de la literatura antigua. Fue el comienzo de la escritura. El primer sistema informático de que se tenga memoria. Un signo abstracto que, enhebrado a otros signos, igualmente abstractos, volvía inteligible el pensamiento, daba certidumbre y permanencia a la palabra, dibujaba la forma de la memoria.

Hoy, el mapa de esa región, ambicionada y sometida tantas veces, se ha convertido en una fuente de recursos expropiables tanto económicos como culturales. Y el grito de la delación nos llega esta vez a través de Mohammad Jidayr y su “Cuaderno de enero”, donde rememora de nuevo “la maldición de Gilgamesh”, el héroe que persiguió la inmortalidad durante toda su vida sin conseguirla. Jidayr, un maestro de Basora y narrador sensitivo, denuncia los bombardeos sobre su ciudad por tropas invasoras el 17 de enero de 1991, durante la Primera Guerra del Golfo.

Presumo que Jidayr debe de ser un gran pedagogo y, seguramente, muy buen maestro, a juzgar por la forma en que a través de su relato logra fundir sin estridencias ni chirridos la cultura oriental con la occidental para ofrecernos una parábola universal, que sólo quien no quiera verla podrá ignorar.

Estamos ante un texto que escapa a toda clasificación como género literario; en todo caso, unas memorias alucinadas que transitan a través de un “museo imaginario”, no basado en la imaginación, sino en las tristes imágenes que han quedado clavadas en las retinas del autor como saetas dolorosas y que, a través de una prosa lírica más que narrativa, cargada de simbolismos, nos presenta en forma de alegoría que hunde sus raíces en la tradición del cuento oriental, pero que a un tiempo se vincula íntimamente con las imágenes surrealistas de los occidentales (Goya, Picasso, Henry Moore) que pintaron los horrores de otras guerras. Es su vena didáctica, su alma de maestro, la que aflora aquí para hacernos más cercana y comprensible la percepción del sinsentido de la guerra.

Sueño y escritura del autor se confunden en imágenes oníricas. Dice dibujar en su “Cuaderno de enero” porque tal vez las palabras se le queden cortas para transmitir tanto espanto. Alude una y otra vez al sueño de la razón, de Goya, con el fin de comunicarnos aquella pesadilla aunando datos objetivos de realidad extrema con espectros de fantasía extrema, para ofrecernos un resultado sorprendente, espeluznante. Su “dibujo” expone sin cesar el miedo de la pieza acosada, pero así y todo, en el último capítulo le vemos conduciendo personalmente “el tren del siglo” para trasladar al futuro a las nuevas generaciones por una especie de compromiso moral ineludible.

Un contenido tan denso, viene vestido sin embargo de una prosa “esencial”, minimalista, sin excesos, un nuevo milagro de la estética oriental que encandila y encoge el espíritu en una reactualización sombría de las “Mil y una noches”, aquel tapiz tejido pacientemente por Sherezade que también tiene su origen en un acto de violencia gratuito como este.

No se puede dejar de mencionar la labor preciosista y precisa del traductor, Santiago Alba Rico, por ajustarse al tono y a la sensibilidad exactas, sin estridencias, pero sin perder tampoco uno solo de los latidos del texto en ese trasvase siempre violentador de una lengua a otra tan lejana.

Mohammad Jidayr escribe sus vivencias diez años después de los acontecimientos de los que fue testigo (2001), arañando todo retazo de esperanza para que su pueblo consiga renacer otra vez de sus cenizas. No podía adivinar que el 21 de marzo de 2003, el invasor, disfrazando como siempre sus razones con mentiras, violaría de nuevo los fértiles valles del Tigris y del Eufrates como un nuevo azote de la “maldición de Gilgamesh”.

Esther Zorrozua, Berango, 5 abril 2006